Micro relato II

Me desperté, con las imágenes de un sueño frescas. Aunque la gente seguía bebiendo, en la fiesta se sucedían diversos homicidios. Algo así como un mutilado y un destripado. Muy violento como para describirlo. En un momento desaparecía una extranjera de pelo corto y en otro aparecía en una zanja (o similar, se torna difuso el recuerdo) a una cuadra de distancia por la calle de tierra. Me torné en inquisidor designado en la búsqueda del psicópata, y un fifí fanfarrón era mi sospechoso número uno.
De pronto yo estaba con una soga al cuello sobre un pequeño banco en el patio y una voz tras la ventana reía. No había más gente en la casa. Una piola atada a mi débil piso me amenazaba. Mi cara debe haber cambiado al notarlo porque la risa se volvió carcajadas.
Suena el timbre.
Se oye una maldición y luego silencio total. Me libero. Comienza a entrar gente a la casa, con el fifí a la cabeza, todos sorprendidos. No vieron a nadie salir.
Insisto en mis sospechas: él salió a la puerta para disimular y entró con el grupo. Esa es mi hipótesis. ¿Alguien lo vio asomarse por la calle? Nadie recuerda, pero todos lo defienden. No le pierdo el rastro mientras él insiste en continuar con la fiesta. Alguien encuentra unas tijeras de podar, afiladas a la rusa, que coinciden tal vez con las marcas de las mutilaciones. Quiero interrogar al sospechoso. La gente ríe. Muchos se van, alegan que es una pena pero es tarde. La impotencia me golpea, como ventana del dormitorio agitada por la corriente.
Dicen que en los sueños uno es todos los personajes. Yo era el asesino.