Horarios del tren

Los trenes, con su murmullo continuo, su movimiento suave, constante, solo interrumpido a tempo por alguna estación, son el lugar ideal para una visita de un viajero del tiempo. En los horarios correctos la gente está tranquila y le son siempre desconocidos los pasajeros de al lado, a los que observa solo casualmente.
Sería fácil para alguien del futuro saber en que momento determinada persona viajó en subte o ferrocarril. Tal vez se dificulte la tarea de encontrar a lo largo de los vagones al amado que no está, al padre que siempre quiso conocer joven o a si mismo y pasar un mensaje…
Sin embargo un disfraz de músico o vendedor ambulante facilitaría recorrer los vagones de incógnito.
Yo personalmente escuché una vez un acordeón y una voz compañera en un tren, que me miró intentando no mirar. No evitó su mensaje claro: “Hoy no va ser un día común”. Me estaba enviando un halo místico para salir adelante a pesar del cansancio de ese día, con claro conocimiento de que timbres llamarían mi atención. Un pequeño milagro.
Ayer viajaba parado cerca de la puerta en un tren subterráneo poco poblado, cuyos habitantes habíamos levantado la cabeza de nuestros aparatos celulares debido a la incomunicación que brindan los largos túneles. Nos observamos. Cerca de mi una persona no dudó en devolver la mirada. Tenía algo que me era familiar. Tal vez la barba o los ojos, distantes pero firmes. No parecía un intento de mejorar mi día. Había en su gesto algo importante, casi tenso. ¿acaso me encontraba al borde de un accidente y salvaría mi vida?
Instintivamente me alejé unos centímetros de la puerta y me sostuve de una baranda. Entrábamos a la estación y sonó mi celular. Mecánicamente lo tomé sin pensar. Se abrió la puerta automática y velozmente el muchacho frente a mí se acercó, tomó mi celular, descendió y desapareció.